viernes, 13 de enero de 2012
Datos biográficos
Nació en la ciudad de San Salvador en 1945. Debido a que su padre ejerció labores diplomáticas en París, su educación primaria la realizó entre Francia y El Salvador. Alcanzó el bachillerato en Ciencias y Letras en el colego jesuita Externado de San José y cursó estudios germanísticos y de idioma alemán en el Goethe Institut (Alemania) y estudios de Banca Internacional en el Manufactures Hannover Trust Company (New York).
En 1975, obtuvo la licenciatura en Ciencias Jurídicas de la Universidad de El Salvador. Al año siguiente, la Corte Suprema de Justicia lo facultó para ejercer el notariado público, el cual desempeñó hasta 1993.
Su pasión por la historia española y francesa en tierras centroamericanas lo ha llevado a realizar sendas investigaciones en bibliotecas y fondos documentales de España, Francia, Estados Unidos, México, Guatemala, Honduras y El Salvador. Para algunos de esos trabajos, contó con becas de hispanista, concedidas por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España (1990 y 1998).
Frutos de esas investigaciones fueron los libros: Brasseur de Bourbourg. Esbozo biográfico (Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, 1988), Códice Sonsonate. Crónicas hispánicas (dos tomos, CONCULTURA-Patronato Pro Patrimonio Cultural, 1992) y Los Tlaxcaltecas en Centro América (CONCULTURA, 2001).
Escribió también Breves apuntes históricos sobre el cacao en El Salvador (Honduras, 1993) y Sobre moros y cristianos, y otros arabismos en El Salvador (San Salvador, 2000).
Ameno conferencista, su palabra oral e impresa ha sido divulgada en publicaciones periódicas y tribunas de Centroamérica, Panamá, Colombia, Chile, Bolivia, Uruguay, Argentina, Cuba, México, Portugal, España y República Dominicana.
Como labores oficiales ha fungido como miembro de la comisión presidencial para el rescate del sitio hispánico de Ciudad Vieja (1995-2001), del comité consultivo del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (1995-1999), de la comisión oficial para los 450 años del título de ciudad de San salvador (1996) y comisión interinstitucional para la creación del Museo Nacional de Historia-Museo Presidencial de El Salvador (2001).
Entre las instituciones culturales que lo cuentan como miembro de número se encuentran la Academia Salvadoreña de la Historia (1975); Real Academia de la Historia (Madrid, 1984); Academia de Geografía e Historia de Guatemala (1989); las academias puertorriqueña, boliviana, portuguesa y dominicana de la Historia (1990, 1992, 1996 y 1997); Patronato Pro Patrimonio Cultural (1991); Instituto Salvadoreño de Cultura Hispánica (1993); Asociación Cultural México-El Salvador (1993); Centro Cultural Salvadoreño (1994): Instituto Cultural El Salvador-Israel (1995); Instituto Sanmartiniano Salvadoreño (1995); Fundación Tendencias (1995); Academia Salvadoreña de la Lengua (1997); Real Academia Española (Madrid, 1997); Ateneo de El Salvador (1998) y Seminario Permanente de Investigaciones Históricas (1999).
Por su trayectoria intelectual, ha sido galardonado con los grados de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras (Francia, 1990) y de la Orden de Isabel la Católica (España, 1995).
Fragmentos de sus trabajos de investigación
“La América que rendida,
jura á Carlos por su Dueño;
de lealtad, y amor vencida,
oy con valeroso empeño,
dará por su Rey la vida”.
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El siglo XVI estaba finalizando. Fue el siglo épico, el brutal, el más dramático. Los españoles realizaron algo que parecía increíble e inimaginable. Una inaudita extensión del continente estaba ya conquistada, pacificada, colonizada y evangelizada, y los reinos de ultramar incorporados a la corona de Castilla. En las ciudades y villas la vida transcurría en sus múltiples facetas como eco y resonancia de España. En los pueblos indígenas, la población nativa comprendió con sufrimientos y amarguras que era irreversible lo sucedido, que su situación era la de sometimiento. España se estaba enraizando profundamente en América, la herencia será eterna, aunque el alma de Las Indias nación insegura, afligida, acongojada.
En el XVII se afianza la personalidad de la sociedad indiana europea; los ideales caballerescos renacentistas desaparecerán y los nuevos blasones estarán engarzados en los ducados, en la riqueza, el gran vehículo de ascensión social. Esa sociedad será un conglomerado híbrido, de colores y fisonomías variadas, de cruce de razas y tipos físicos nuevos inmersos en la común denominación de castas. El panorama humano se verá transformado por esas mezclas raciales y aun los mismos blancos –generalmente llamados españoles- ya no serán iguales si nacieron en España o el Las Indias, pues los de América van adquiriendo una personalidad un tanto distinta, son los criollos. El siglo XVII es una centuria de angustias, de formalismos y adulaciones, ostentoso, retorcido, siglo de ciudades lujosas, de pasiones colectivas, de efectos masivos, de grandes ceremonias, de obsesiones grandilocuentes que reflejan el absolutismo y la ortodoxia. Es el gran siglo barroco, brillante en su comportamiento verbalista y fatuo, con mucho de melancolía. Y Las Indias españolas se inscriben en esa cultura barroca que tiene aquí su base en el mosaico étnico de pigmentaciones diversas, en donde los indígenas y los negros esclavos son la antítesis de la arrogancia extravagante, individualista y apasionada de los blancos peninsulares y de la afectada seudo aristocracia criolla, constituida por los nietos de los conquistadores, de encomenderos de primeros pobladores, de funcionarios reales; un grupo social formado por rentistas de tributos más o menos considerables que todavía están en el sistema de encomienda, así como hacendados y comerciantes prósperos, que no dejan de repetir en documentos legales los servicios hechos al rey por su padre o su abuelo para ganar mercedes y prebendas. Una sociedad que no deja de tener un cierto tinte macabro por su obsesión por el más allá.
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Con respecto a Sonsonate, la estadística de 1858-1861 incluye el informe municipal de 1859, que explica el origen del barrio y refiere la tradición de la lanza de Pedro de Alvarado en el barrio de Mexicanos. “Dejó también Alvarado una colonia de indios tlaxcaltecas en el pueblo de Mejicanos, que al presente es barrio de esta ciudad, y les donó su lanza”. De la lanza de Alvarado entre los tlaxcaltecas de mexicanos no se tiene ningún otro dato –hasta ahora–, nada sobre qué sucedió con ella y cuál fue su destino. Al igual que la espada del Adelantado en San Salvador, la lanza de Sonsonate era posesión preciada que garantizaba identificación en la diáspora tlaxcalteca.
Tal y como en Santiago de Guatemala, la Trinidad de Sonsonate celebraba su fiesta del Volcán. Se trataba de una representación de antología, en la plaza de Armas de la villa, y así como en Santiago se rememoraba la conquista española y la derrota de los señores de la tierra, en La Trinidad el monarca vencido era el huey tlatoani azteca Moctezuma, a diferencia de Guatemala, que lo era el Sinecam de los cakchiqueles. La más fastuosa fiesta del Volcán tuvo lugar el miércoles 21 de enero de 1761, en ocasión de la jura de Carlos III. También hubo un monte de madera, recubierto de flores y verdor, con jaulas de pájaros y aves de presa, y animales fieros con triguillos, pumas y serpientes. Al pie del simulado volcán, dos puertas daban al interior, y por fuera, alrededor de él, una escalera con el pasamanos enflorado. Arriba, un trono con cojines, cubierto de damasco a manera de toldo. El espectáculo se desarrolló en dos partes. La de la mañana fue la entrada de Moctezuma y sus indígenas, cargado en una silla dorada. Le acompañaban tropas simuladas, con adornos de plumas de quetzal y de otros pájaros multicolores, así como comparsas con mujeres y ancianos. Al mediodía, después del desfile de Moctezuma y su corte, todos fueron invitados a la comida en casa del alcalde mayor Bernardo de Veyra, quien dejé impresa la crónica de los dieciséis días que duraron las inusitadas festividades de la jura.
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Cortés, representado por un hombre vestido a la usanza del XVI, contempló desde el corredor del cabildo la escaramuza en la que el jefe azteca sufrió su consabida derrota y acto seguido fue presentado ante el capitán castellano, el cual estaba sentado con el alcalde Veyra, acompañado por las autoridades y lo más granado de los vecinos; atrás de ellos dos cuadros, uno con el rey Carlos III, el otro con la reina María Amalia de Sajonia. Y allí, ante Cortés y los monarcas en pintura, Moctezuma aceptó la soberanía castellana, después de ser amablemente requerido por el capitán en jefe.
Todo terminó con Moctezuma tirando monedas de plata a los espectadores, con lo que se armó la de San Quintín, pero de júbilo. Al poco tiempo, el monte y sus afeites eran saqueados por la muchedumbre, en medio de un bullicio abrumador y risas descontroladas. Para La Trinidad de Sonsonate fue la ilusión de ser villa y corte en festejos tan prolongados, como nunca se vieron en duración en Centro América, pues no es fácil encontrar algo igual, por lo menos no consta en las crónicas.
Los tlaxcaltecas de Sonsonate estaban presentes siempre en la gran fiesta barroca, cuando los sentimientos y la alegría desbordante acompañaban la sensualidad del estallido del espectáculo y la diversión, que ponía ansiada brecha en la pretendida austeridad de costumbres de España y sus reinos.
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Las ordenanzas de Pedro Ramírez de Quiñónez para los pueblos de los Izalcos y villa de La Trinidad fueron anunciadas públicamente con voz de pregón a los pocos meses de fundada la población española en 1553; el 15 de octubre en la villa, el 23 en Tacuzcalco, el 24 en Nahulingo, el 25 y 26 en Tecpán y Caluco. En cuanto a los días de mercado en las plazas, estos tiangues se celebrarían bajo las respectivas ceibas de los pueblos el lunes en Tacuzcalco, el martes en Nahulingo, para Tecpan Izalco los miércoles y en Caluco Izalco los jueves; además viernes, sábado y domingo indistintamente para cualquiera de los poblados. Las disposiciones del año siguiente, 1554, del oídor Alonso de Zurita, autorizaron el tiangue de la plaza Mayor de La Trinidad los viernes y sábados. Estos mercados debían durar desde la mañana hasta el anochecer e indios y comerciantes tenían que regresar a sus pueblos o la villa, en su caso. Ninguna transacción debía hacerse por la noche, sólo de día, públicamente y al contado. Estaban permitidas todas las mercaderías y productos lícitos, incluyendo machetes y huipiles. Los indios guatemaltecos, mexicanos y tlaxcaltecas, negros, mulatos, indios naborías de servicio, mestizos y españoles no podían vender directa ni indirectamente –ni tampoco los indios aborígenes– vino, armas, caballos, perros, ropa y jergas de Castilla y camisas con hilo de oro. Estos quedaban para transacciones en tiendas establecidas, no en los tiangues al aire libre. El vino se vendería con restricciones “pocas veces y no diariamente” a caciques e indios principales, según el criterio del alcalde mayor. También se autorizó la venta de indios enfermos. Sólo caciques y principales asimismo podían adquirir caballos y ropa de Castilla. En general los indios estaban autorizados para ir a Acajutla y La Trinidad a comprar lo necesario y se debía cuidar de que se los vendiera a bajo precio. Las justicias de la villa y pueblos quedaban obligados a velar que los indígenas no fueran maltratados en esos días de tiangue y que todo producto alimenticio se vendiera al peso, tal la carne fresca y salada de res, carnero o cerdo, el pescado también fresco o salado, el maíz, el queso. Ningún mercader o vendedor, sea quien fuere, podía andar en las casas de indios comprando ni vendiendo de fiado o al contado. Los mercaderes mexicanos podían sembrar milpas solamente en Acajutla o La Trinidad. Ningún español de cualquier calidad y condición, indio, negro, mulato ni mestizo estaba autorizado a embarcarse en navío sin autorización especial, so pena de cien pesos de multa, para él y para el maestre de la embarcación. Se prohibió que las autoridades consintieran que hubiesen caballos sueltos en toda la región de los cuatro Izalcos. En los pueblos indígenas quedaba prohibido que vivieran indios forasteros, negros, mulatos y mestizos.
Pedro Escalante Arce por Ana de Pacas
Es encomiable la tarea de profundidad que asume don Pedro Escalante Arce, al pretender plasmar la memoria de los pueblos salvadoreños, su narrativa sobre las celebraciones de festividades destinadas a la conservación de las tradiciones preservan la identidad en la vida actual.
El propósito de reconstruir la historia local, es un empeño que carece de vistosidad, pero deja una huella permanente al servicio de nuevas generaciones.
Diferentes localidades podrán reconocerse a sí mismas y ¿por qué no? proyectar una imagen que contribuya a la formación dentro de los lineamientos de la paz que es la esperanza colectiva denominada “El Salvador”.
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