. Autores del mes de febrero
Rafael Cabrera (1860-1885) y Ana Dolores Arias
(1859-1888)
Ana Dolores Arias (1859-1888) nació en
Cojutepeque y murió en la misma ciudad. Poeta de tono romanticista.
Generalmente utilizó el pseudónimo de Esmeralda. Existen muchas historias
alrededor de su persona, y se le vincula constantemente al poeta Rafael
Cabrera, por lo que generalmente se les conoce como los poetas novios de
Cuzcatlán. Fue antologada en la Guirnalda salvadoreña de Román Mayorga Rivas,
en la Galería poética centroamericana de Juan Ramón Uriarte, en el Parnaso
Salvadoreño de Salvador L. Erazo, en Poesía femenina de El Salvador de David
Escobar Galindo y Luis Gallegos Valdés, en el Índice antológico de la poesía
salvadoreña de David Escobar Galindo, entre otras.
RAFAEL
CABRERA
Nació
en Cojutepeque, en 1860, y murió en Guatemala, en 1885. Una vida bajo el signo
de la vehemencia romántica, en los amores y en la poesía. Novio de Ana Dolores
Arias (“Esmeralda”), de la que se separa al irse a Guatemala, a estudiar.
Allá el poeta escribe, sueña y se enferma. Y muere. Sus poesías rezuman
nostalgia y pronunciación. Versifica con esmero, y el color emotivo
impregna sus leves estrofas. Dentro de la lirica salvadoreña, encarna con
“Esmeralda”, el signo legendario de la pasión ir realizada. Recogió sus versos,
y los dio a Joaquim Méndez para que los editara en un libro; pero luego
se arrepintió, y ahí quedaron dispersos, en antología y periódicos. Murió en un
rapto de angustia fugitiva, a la puerta del lazareto don paso sus últimos
días.
En
“Los poetas novios de Cuscatlán”, recogido en “paginas escogidas” (San
Salvador, 1939) señala Juan Ramón Uriarte: “en su canto a LA CEIBA DE MI
PUEBLO-que basta para exaltar su nombre en nuestra historia literaria y que en
su romance en el Lago de Llapango, su imaginación bulle libre y soberana y ya
no se perciben los valimientos de Espronceda, Bécquer y José
Joaquín Palma./ En ambas poesías prosperan las imágenes auditivas,
visuales y motrices para hacerlos ver mejor lo que el poeta descubre en la
realidad del mundo exterior e interno”. Y el mismo Uriarte, sobre el poema de
la ceiba: “nosotros llamamos a esa poesía como el poema de la nostalgia, sin
rival en la letras nacionales.” Cabrera, por su parte, en articulo citanos en
la nota referente a Ana Dolores Arias, concreta: “cuando Esmeralda interesa
como mujer, Gabriela por llevar en su ser algo dramático, real, palpitante.
¡Ah!, este estaba llamado a lanzar gritos tremendos en sus combates con la
suerte. Este hubiera dado toque formidables a las puertas misteriosas del
destino humano, si la muerte no le corta el paso y calla la voz de su
interesante escepticismo.” El poema más famoso de Rafael Cabrera es “LA CEIBA
DE MI PUEBLO”.
“En el
pueblo indígena de San Juan Cojutepeque los monjes de la Orden de los
Predicadores de los Santos Evangelios o de Santo Domingo de Guzmán, edificaron
dos Iglesias: la de San Juan Bautista en 1612 y la de San Sebastián en 1692” Frente a la Iglesia de San Juan, Barrio San Juan actualmente se extendía una
amplia plazoleta, de forma irregular y de suelo sinuoso, en cuyo centro
erguiase soberbia e imponente, en sus enormes ramas extendidas como brazos
gigantescos, una añosa ceiba. En sus mejores tiempos ella proyecto su “inmensa
sombra amiga” y albergo pájaros y nidos, epifitas y enjambres de insectos en un
mundo maravillo de voces y colores, de luces y silencios. La Ceiba de San Juan
era “el alma del pueblo”, el símbolo de la comunidad Cojutepecana.
“A principios de los años 1900, la ceiba de Cojutepeque cayo abatida por el hacha inmisericorde de un Labrador y por la orden de un ignorante funcionario público; pero en el bello poema de Rafael Cabrera, el poema de la nostalgia, vivirá mientras viva la República, como una de las más bellas expresiones estéticas” (Pagina 100. El Salvador, Historia de sus Pueblos, Villas y Ciudades. Jorge Larde y Larin, Edición 1957). Según registros una ceiba sustituta se plantó, en la esquina de la Avenida Cabrera, el 3 de mayo de 1924.
De la Ceiba no quedo fotografía ni pintura alguna. Solo las ágiles expresiones de Rafael Cabrera, quien “En la Navidad de 1882 – escribió en preciosos endecasílabos “La Ceiba de mi Pueblo”, llamado “el poema de nostalgia”. En dicho poema describe la ceiba, nos da presencia de aquel árbol en la historia del pueblo: en tanto que la actual, circundada por el muro de la alcaldía actual, espera el bardo que la cante, y se apresta a desafiar a los siglos”.
“A principios de los años 1900, la ceiba de Cojutepeque cayo abatida por el hacha inmisericorde de un Labrador y por la orden de un ignorante funcionario público; pero en el bello poema de Rafael Cabrera, el poema de la nostalgia, vivirá mientras viva la República, como una de las más bellas expresiones estéticas” (Pagina 100. El Salvador, Historia de sus Pueblos, Villas y Ciudades. Jorge Larde y Larin, Edición 1957). Según registros una ceiba sustituta se plantó, en la esquina de la Avenida Cabrera, el 3 de mayo de 1924.
De la Ceiba no quedo fotografía ni pintura alguna. Solo las ágiles expresiones de Rafael Cabrera, quien “En la Navidad de 1882 – escribió en preciosos endecasílabos “La Ceiba de mi Pueblo”, llamado “el poema de nostalgia”. En dicho poema describe la ceiba, nos da presencia de aquel árbol en la historia del pueblo: en tanto que la actual, circundada por el muro de la alcaldía actual, espera el bardo que la cante, y se apresta a desafiar a los siglos”.
La Ceiba
de mi Pueblo
Rafael Cabrera
I
¡Anciana ceiba de mi pueblo amado
!Si volverá a sonar bajo tus rama,
Sentado en tus raíces muellemente,
A la luz que nos dice “Hasta mañana”
A veces triste, conmovido y loco
Me finjo estar bajo tu sombra escasa
En una de esas tarde voluptuosas
En que se siente, se delira y se ama…
Allá, a mi izquierda, el encendido ocaso
Pintando flores en cendal de gualda.
Y la ondulada cumbre de los cerros
Perfilándose en fondos de escarlata.
En rumbo opuesto el San Miguel truncado
En tul se vela de azulino nácar.
Cual el genio infeliz de los ausentes
Perdido en el turbio de las distancias.
Allá también el San Vicente adusto
Su majestuosa cumbre dentellada
Engolfa altivo en la región sidérea
Como un sarcasmo a la soberbia humana.
Las nubes ciñen la severa frente
Cual leves copos de errabundas gasas.
Y acaso el yermo de su bronca cima
Rafael Cabrera
I
¡Anciana ceiba de mi pueblo amado
!Si volverá a sonar bajo tus rama,
Sentado en tus raíces muellemente,
A la luz que nos dice “Hasta mañana”
A veces triste, conmovido y loco
Me finjo estar bajo tu sombra escasa
En una de esas tarde voluptuosas
En que se siente, se delira y se ama…
Allá, a mi izquierda, el encendido ocaso
Pintando flores en cendal de gualda.
Y la ondulada cumbre de los cerros
Perfilándose en fondos de escarlata.
En rumbo opuesto el San Miguel truncado
En tul se vela de azulino nácar.
Cual el genio infeliz de los ausentes
Perdido en el turbio de las distancias.
Allá también el San Vicente adusto
Su majestuosa cumbre dentellada
Engolfa altivo en la región sidérea
Como un sarcasmo a la soberbia humana.
Las nubes ciñen la severa frente
Cual leves copos de errabundas gasas.
Y acaso el yermo de su bronca cima
El campo sea de
feroz batalla.
En donde el cóndor contra el cóndor luche
Con curvo pico y prepotentes garras,
Sobre el girón de palpitante presa
De un cóncavo a los bordes disputada!
!Quien sabe si mañana el gran coloso
Conmueva de mi valle las entrañas,
Y al tronar estridente de sus fauces
Se inunde Cuscatlán de ardientes lavas!
!Quien sabe, muda efigie de los siglos,
Si el dulce techo de mi abuela anciana
Vayas a sepultar tonante y fiero
En mar inmenso de encendidas llamas!
Mejor mil veces que arrogante y mudo
Seas del valle esplendida atalaya.
Refrescando tu frente con neblinas
Y haciendo hervir las fuentes a tus plantas.
Que sientas adormirse dulcemente
Al rumor melancólico del aura
La ciudad legendaria en un tiempo
Libertad! Libertad! – clamo a tus faldas.
Y el brazo armado de sus nobles hijos
La fe por guía y por pendón la audacia,
Humillaron la testa del tirano
De los valientes hijos de Tlaxcala …
Y frente a mi … del carcomido templo
La pintoresca mole se levanta,
Donde oraron los padres de mis padres
Ante el altar del tiempo de la España.
El verde llano y el amate umbroso
Donde de niño cándido jugaba,
Y la calle mil veces recorría
En las austeras procesiones santas!
II
¿Si volveré con húmedas pupilas
A contemplar las miserias parasitas
Que nacen, crecen, aman y se mueren
Al calor fecundante de tu savia?
O si juguete de los largos siglos
Que han dejado tus cepas deshojadas,
Te iras a ver muy pronto a sus embates
Sobre el suelo por siempre derrocada?
Las golondrinas que tus ramas pueblan
Son más felices que quien hoy te canta:
Ellas contemplan aquel pueblo mío
Que las ruines pasiones despedazan.
El riente pueblo que me vio en la cuna
y entre alegrías escondió mi infancia;
Que guarda todos mis recuerdos dulces
Y en otro tiempo me brindo esperanzas!
Ellas contemplan revolando alegres
El pueblo aquel cuya ilusión me halaga;
Que no prospera pero siempre bello,
Nido de amores y perfumes guarda.
Ellas le miran cuchicheando alegres;
Yo con húmedos ojos le mirara;
Y tal vez le veré cuando de muerte
Enferma sienta desmayarse el alma!
Si decretado esta, cuando la vea,
Ansiosa acaso la filial mirada,
En vano, en vano de mi abuela busque
Las venerables y apacibles canas.
Bajo las sombras caras y tranquilas
Del techo aquel, donde cuando ella oraba.
Yo, mis alegres tiempos recordando,
Reía con los niños de la casa.
Mi pobre abuela! Si de tu hijo inquieto
Las alegrías muertas retornaran.
Volvería al hogar y de tus labios
Con fe recogería las palabras!
Pero aquellas horribles tempestades
Que oías rebramar en sus entrañas,
Aun rugen con los ecos de la muerte
En las noches funestas de su alma!
Tal vez no existirás cuando yo vuelva!
Y vuelta escombros tu modesta estancia,
Mi padre, mis hermanos, mis amigos…
También en polvo para siempre yazgan!
III
Añosa ceiba! Dime sin en las tardes,
Cuando la luz crepuscular te baña,
Precioso enjambre de morenas lindas
Acude a sonreír bajo tus ramas.
Esas beldades mis amigos fueron,
También entre ellas escogí una hermana
Que me supo alentar cuando moría
El ultimo fulgor de mi esperanza.
Sus labios para mi vertieron mieles,
Y hermanos en el arte y en la patria,
Juntos cantamos, y sintiendo juntos,
La misma nota estremeció las arpas.
Lloroso un día me llegue a sus puertas
Y por última vez deje a sus plantas
Elegiaco cantar de despedida
Porque un hado fatal nos separaba.
Ella me dijo que en la casta lumbre
Que el astro de la noche nos enviara,
Los llantos de la ausencia se unirían
Cual sollozos de tórtolas que se aman.
Yo he cantado las hondas conmociones
Con que la ausencia el pecho nos desangra,
Y han ido hasta el alcázar de la Luna
Mis notas tremulentas y cansadas…
A su recuerdo inmarcesible y santo
Hay cuerdas que mi citara consagra,
Que suspiran el eco de sus himnos,
Y chispean la fe de sus palabras.
Y en su música vaga e infinita
El moribundo corazón empapan,
Y más allá de la vital miseria
!El pensamiento en abstracción espacian!
Di si la has visto ¡ceiba de mi pueblo!
Sentarse y suspirar bajo tus ramas,
Y volviendo los ojos al Poniente,
Verter de penas silenciosas lágrimas.
Y si bañada en rayos de la Luna
La oíste sollozar cual la torcaza
En las frondas calladas de los sauces,
Cuando los sueños su sopor derraman.
¡Ah! Yo la he visto lánguida y tranquila
Descender hasta mí, tímida y blanca
Como el santo candor de la pureza
Y la primera luz de la mañana.
IV
Siempre la veo! De mi mente nunca
Sus encantos purísimos se apartan,
Y me habla en el lenguaje de los dioses
Y me infunde la fe de sus plegarias.
¡Quien pudiera volver a los parajes
En donde tu penosa te levantas,
Y exhalar en el grito de los cisnes
La triste inmensidad de la nostalgia!
Sentir, amar, correr como en los días
De fiesta y placer, luz y fragancias
Que el cáliz de la vida, exuberante
Y lleno hasta los bordes, derramaba!
¡Quien pudiera escalarte y recoger nidos
En infantil dulcísima algazara,
O cortar los capullos y las flores
Con que te adornan miles de parasitas!
¡Quien recorrer pudiera uno por uno
Tanto nido de amor donde dejaran,
El corazón sus poemas de alegría,
Y sus tristezas pálidas en el alma!
Y aparecerse y ver en el paisaje
La de mi madre sombra veneranda,
Y hablarle en el idioma de los niños,
Y esperar y morir al escucharla!
Y quien … al fin ¡oh ceiba de mi pueblo!
Escuchar el sollozo de sus ramas,
Formar con ellas una cruz mortuoria
Y en la fosa dormir bajo plantas!
Guatemala, Navidad de 1882.
(Tomado del libro; Cojutepeque, biografía de un pueblo)
En donde el cóndor contra el cóndor luche
Con curvo pico y prepotentes garras,
Sobre el girón de palpitante presa
De un cóncavo a los bordes disputada!
!Quien sabe si mañana el gran coloso
Conmueva de mi valle las entrañas,
Y al tronar estridente de sus fauces
Se inunde Cuscatlán de ardientes lavas!
!Quien sabe, muda efigie de los siglos,
Si el dulce techo de mi abuela anciana
Vayas a sepultar tonante y fiero
En mar inmenso de encendidas llamas!
Mejor mil veces que arrogante y mudo
Seas del valle esplendida atalaya.
Refrescando tu frente con neblinas
Y haciendo hervir las fuentes a tus plantas.
Que sientas adormirse dulcemente
Al rumor melancólico del aura
La ciudad legendaria en un tiempo
Libertad! Libertad! – clamo a tus faldas.
Y el brazo armado de sus nobles hijos
La fe por guía y por pendón la audacia,
Humillaron la testa del tirano
De los valientes hijos de Tlaxcala …
Y frente a mi … del carcomido templo
La pintoresca mole se levanta,
Donde oraron los padres de mis padres
Ante el altar del tiempo de la España.
El verde llano y el amate umbroso
Donde de niño cándido jugaba,
Y la calle mil veces recorría
En las austeras procesiones santas!
II
¿Si volveré con húmedas pupilas
A contemplar las miserias parasitas
Que nacen, crecen, aman y se mueren
Al calor fecundante de tu savia?
O si juguete de los largos siglos
Que han dejado tus cepas deshojadas,
Te iras a ver muy pronto a sus embates
Sobre el suelo por siempre derrocada?
Las golondrinas que tus ramas pueblan
Son más felices que quien hoy te canta:
Ellas contemplan aquel pueblo mío
Que las ruines pasiones despedazan.
El riente pueblo que me vio en la cuna
y entre alegrías escondió mi infancia;
Que guarda todos mis recuerdos dulces
Y en otro tiempo me brindo esperanzas!
Ellas contemplan revolando alegres
El pueblo aquel cuya ilusión me halaga;
Que no prospera pero siempre bello,
Nido de amores y perfumes guarda.
Ellas le miran cuchicheando alegres;
Yo con húmedos ojos le mirara;
Y tal vez le veré cuando de muerte
Enferma sienta desmayarse el alma!
Si decretado esta, cuando la vea,
Ansiosa acaso la filial mirada,
En vano, en vano de mi abuela busque
Las venerables y apacibles canas.
Bajo las sombras caras y tranquilas
Del techo aquel, donde cuando ella oraba.
Yo, mis alegres tiempos recordando,
Reía con los niños de la casa.
Mi pobre abuela! Si de tu hijo inquieto
Las alegrías muertas retornaran.
Volvería al hogar y de tus labios
Con fe recogería las palabras!
Pero aquellas horribles tempestades
Que oías rebramar en sus entrañas,
Aun rugen con los ecos de la muerte
En las noches funestas de su alma!
Tal vez no existirás cuando yo vuelva!
Y vuelta escombros tu modesta estancia,
Mi padre, mis hermanos, mis amigos…
También en polvo para siempre yazgan!
III
Añosa ceiba! Dime sin en las tardes,
Cuando la luz crepuscular te baña,
Precioso enjambre de morenas lindas
Acude a sonreír bajo tus ramas.
Esas beldades mis amigos fueron,
También entre ellas escogí una hermana
Que me supo alentar cuando moría
El ultimo fulgor de mi esperanza.
Sus labios para mi vertieron mieles,
Y hermanos en el arte y en la patria,
Juntos cantamos, y sintiendo juntos,
La misma nota estremeció las arpas.
Lloroso un día me llegue a sus puertas
Y por última vez deje a sus plantas
Elegiaco cantar de despedida
Porque un hado fatal nos separaba.
Ella me dijo que en la casta lumbre
Que el astro de la noche nos enviara,
Los llantos de la ausencia se unirían
Cual sollozos de tórtolas que se aman.
Yo he cantado las hondas conmociones
Con que la ausencia el pecho nos desangra,
Y han ido hasta el alcázar de la Luna
Mis notas tremulentas y cansadas…
A su recuerdo inmarcesible y santo
Hay cuerdas que mi citara consagra,
Que suspiran el eco de sus himnos,
Y chispean la fe de sus palabras.
Y en su música vaga e infinita
El moribundo corazón empapan,
Y más allá de la vital miseria
!El pensamiento en abstracción espacian!
Di si la has visto ¡ceiba de mi pueblo!
Sentarse y suspirar bajo tus ramas,
Y volviendo los ojos al Poniente,
Verter de penas silenciosas lágrimas.
Y si bañada en rayos de la Luna
La oíste sollozar cual la torcaza
En las frondas calladas de los sauces,
Cuando los sueños su sopor derraman.
¡Ah! Yo la he visto lánguida y tranquila
Descender hasta mí, tímida y blanca
Como el santo candor de la pureza
Y la primera luz de la mañana.
IV
Siempre la veo! De mi mente nunca
Sus encantos purísimos se apartan,
Y me habla en el lenguaje de los dioses
Y me infunde la fe de sus plegarias.
¡Quien pudiera volver a los parajes
En donde tu penosa te levantas,
Y exhalar en el grito de los cisnes
La triste inmensidad de la nostalgia!
Sentir, amar, correr como en los días
De fiesta y placer, luz y fragancias
Que el cáliz de la vida, exuberante
Y lleno hasta los bordes, derramaba!
¡Quien pudiera escalarte y recoger nidos
En infantil dulcísima algazara,
O cortar los capullos y las flores
Con que te adornan miles de parasitas!
¡Quien recorrer pudiera uno por uno
Tanto nido de amor donde dejaran,
El corazón sus poemas de alegría,
Y sus tristezas pálidas en el alma!
Y aparecerse y ver en el paisaje
La de mi madre sombra veneranda,
Y hablarle en el idioma de los niños,
Y esperar y morir al escucharla!
Y quien … al fin ¡oh ceiba de mi pueblo!
Escuchar el sollozo de sus ramas,
Formar con ellas una cruz mortuoria
Y en la fosa dormir bajo plantas!
Guatemala, Navidad de 1882.
(Tomado del libro; Cojutepeque, biografía de un pueblo)
Sensibilidad
poética femenina
Ejemplo salvadoreño del siglo XIX
Rafael Lara-Martínez
Al revisar los tres tomos de Guirnalda salvadoreña (Román Mayorga Rivas (Editor),
1884—1886, reedición: 1977), resalta la disparidad entre número de hombres y
mujeres. De los cuarenta poetas reseñados sólo tres son mujeres, un siete y
medio por ciento. Tan baja cifra representativa la explica “el criminal
descuido […] para elevar a la altura [a la] compañera del hombre” quien “se ha
visto obligada a permanecer en la inacción, sin brillar en las regiones de la
inteligencia” (Mayorga Rivas).
Por ese retraso educativo, las poetas reseñadas —Luz Arrué
de Miranda (1852-1932),
Antonia Galindo (1858-1893) y Ana Dolores Arias (1859-1888) — ejercen respectivamente la profesión de “ángel de un dichoso y tranquilo hogar”, “cuidados del hogar paterno” y “joven virtuosa que con su trabajo ha sostenido a su buena madre [por] las labores propias de la educación”. Si el primer par ejemplifica el confinamiento femenino tradicional, la tercera ilustra la salida tímida hacia la docencia elemental. El editor juzga que “la sensibilidad más exquisita — [como] valiosa prenda del corazón de la mujer— [la] convierte en el ángel del hogar y la providencia de los que sufren”. La defensa de la educación femenina se corresponde a su vocación “natural” de ama de casa y apología de su amargura.
Antonia Galindo (1858-1893) y Ana Dolores Arias (1859-1888) — ejercen respectivamente la profesión de “ángel de un dichoso y tranquilo hogar”, “cuidados del hogar paterno” y “joven virtuosa que con su trabajo ha sostenido a su buena madre [por] las labores propias de la educación”. Si el primer par ejemplifica el confinamiento femenino tradicional, la tercera ilustra la salida tímida hacia la docencia elemental. El editor juzga que “la sensibilidad más exquisita — [como] valiosa prenda del corazón de la mujer— [la] convierte en el ángel del hogar y la providencia de los que sufren”. La defensa de la educación femenina se corresponde a su vocación “natural” de ama de casa y apología de su amargura.
En este marco estrecho a dos aristas —hogar y desdicha—
nos preocupa indagar en que medida existe una sensibilidad poética femenina. No
interrogamos su “virtuosismo”, la neta adhesión a un “pleno fervor romántico”,
“el sentimiento [que] se orienta hacia valores universales y hasta cósmicos”,
etc. Todos estos “diapasones armoniosos” no rebasan la caracterización formal,
o al aproximarse al contenido poético en sí lo diluyen en una temática
“reflexiva” tan general que evade comentar lo propiamente femenino. Sucede como
si el varón en su apertura hacia lo político, militar y social —la mujer en su
encierro hogareño e incipiente educación— refiriesen temas semejantes.
La diversidad de ámbitos existenciales no parecería
afectar el discurso poético de géneros contrapuestos en su quehacer laboral
cotidiano. Más que vivencia, la poesía sellaría simples referencias letradas
vacuas —retórica libresca— en las que “las incorrecciones” métricas suplantan
toda usanza diaria. Sin embargo, la más sencilla lectura de títulos asienta que
la evocación de próceres difuntos y de poemas “en un álbum” a señoritas
ilustres —presentes en todo poeta de renombre— se corresponden a su ausencia en
la poesía femenina. Si gloria política, militar y profesional —junto al hecho
de “ver mujeres” y cantar su hermosura— define una sensibilidad poética
masculina, nos preguntamos cuál sería la tópica que delimita otra distinta de
carácter femenino.
Si alguna temática unifica la sensibilidad poética de la
mujer, se trata de su consonancia primigenia con la naturaleza —relato de
vivencias infantiles paradisíacas— las cuales se degradan en una vida adulta
colmada por la muerte de allegadas y la miseria de contemplar todas las
esperanzas pretéritas truncadas. El mundo femenino evoca la manera en que una
niñez llena de ilusiones se evapora para acabar en la desgracia y, más
trágicamente, en el suicidio. Este sincero sentimiento de género testimonia la
falta de apertura y alternativas sociales que se le deparan a la mujer que
anhela desarrollar una vocación intelectual fuera del claustro hogareño. Lo
viril, por su parte, adula a señoritas ilustres en sus álbumes —se complace en
“ver mujeres”— y recuerda la gesta heroica de próceres inmortales fallecidos.
Salvo el poema “A él (Imitación de Hoyos)” de Arrué de
Miranda —“tu amor es la ilusión grata”— ningún otro verso concibe la relación
de pareja como satisfactoria y gozosa. En cambio de afirmar su osadía radical
—la misma poeta lo describe— socialmente a la fémina se le depara el suicidio.
“No, que es el eco de alma enamorada
De casta virgen que sus penas llora,
Y por pasión funesta combatida
Busca la muerte”. (Arrué de Miranda)
De casta virgen que sus penas llora,
Y por pasión funesta combatida
Busca la muerte”. (Arrué de Miranda)
En estos versos no subrayamos la formalidad métrica
—acertada o fallida— insistimos en el límite mortuorio como desenlace al
encierro doméstico femenino. Ni siquiera el ideal amor poético de Arias —el
malogrado Rafael Cabrera (1860-1885)— se atreve a inquirir el suicidio al borde
de su quebranto físico y emocional. “No tengo esperanza de llegar a viejo; cada
día siento que mis pulmones se marchitan más y que las fuerzas hasta en lo
moral, me van dejando […] mi suerte se ha propuesto ser infame hasta el fin y
yo la dejo hacer”. El mismo ejemplifica hombres que no alcanzan honores
militares ni políticos pero imaginan su fracaso de manera asaz masculina. Le
declara el amor a la luna —quien le reitera «murmurando: “poeta, yo te
quiero”»— y sus “lágrimas” las “deja [esparcidas en] el mago harem [en que] se
quejan”.
El itinerario del “eterno femenino” se inicia en la
armonía sinfónica que existe entre ella y el ambiente natural. Le corresponde a
Galindo manifestar esta concordancia con mayor profundidad. La poeta apela a
una teoría filosófica de reflejos especulares o mundos paralelos, que irradian
“ondas [concéntricas] del claro río” desde un núcleo divino original
—atraviesan naturaleza y alma humana— hasta “que dulcemente van a morir en” el
poema.
Su poética desglosa una cadena imitativa según el
cuadrivio Dios-naturaleza-alma-poesía. Este ciclo mimético intuye un designio
divino que al volcarse hacia lo natural culmina en el obrar humano fatídico
—reclusión de la fémina— como reflejo social de una ley universal irrevocable.
La poeta sucumbe ante la fatalidad adulta ya que su destello anímico calca un
sino natural, a su vez, copia de un desastre cósmico y divino. La desgracia
celestial marcaría el sitio social del poema femenino, sin posibilidad de
redención terrestre más allá de su encierro. Acaso la disparidad entre géneros
refleje propósitos omnipotentes y universales.
“Y allá de noche, en solitario
asilo,
Y ver como fantásticas visiones
A la luz apacible de la luna, Deslizarse las horas del pasado,
Sentir que late el corazón tranquilo Acariciar las muertas ilusiones
Y el humo que designa la cabaña Y enjugar nuestro llanto derramado.
A la luz apacible de la luna, Deslizarse las horas del pasado,
Sentir que late el corazón tranquilo Acariciar las muertas ilusiones
Y el humo que designa la cabaña Y enjugar nuestro llanto derramado.
Naturaleza hermosa
yo te admiro,
Tú eres de Dios reverberante espejo,
A Dios adoro cuando yo te miro,
Que es tu belleza del creador reflejo”.
(Galindo)
Tú eres de Dios reverberante espejo,
A Dios adoro cuando yo te miro,
Que es tu belleza del creador reflejo”.
(Galindo)
De concebir el acuerdo primigenio —naturaleza-mujer— como
infancia de la fémina, se equipararía la experiencia de las otras poetas
reseñadas a la de Galindo. Parece convenio tácito decimonónico vivir la niñez
como único período en el cual la mujer logra colmar sus ilusiones. Luego, con
la adolescencia y madurez, la mujer se absorbe en un estado de postración
irremediable. Sus ánimos flaquean y toda esperanza juvenil se disipa en
desamparo. La escritora madura que refiere la vida pasada se halla al borde de
la inanición.
“Siempre en mi mente vivirá
grabada
“¡Pobre Isabel! En su nublada frente
La memoria terrible de aquel día, Vagan las nieblas del dolor sombrías;
Cuando inocente y cándida vivía Huyó del alma la ilusión ferviente
Fui del hogar paterno arrebataba. Y es hoy sepulcro de cenizas frías”.
Hoy triste canto al son de mi arpa de oro”. (Galindo)
(Arrué de Miranda)
La memoria terrible de aquel día, Vagan las nieblas del dolor sombrías;
Cuando inocente y cándida vivía Huyó del alma la ilusión ferviente
Fui del hogar paterno arrebataba. Y es hoy sepulcro de cenizas frías”.
Hoy triste canto al son de mi arpa de oro”. (Galindo)
(Arrué de Miranda)
Lo efímero de la existencia, el tiempo que pasa y no se
recobra, la inevitable mortalidad, la fugacidad de la vida y lo pasajero del
amor —“¿en dónde podré encontrar el amor puro y ardiente de aquella edad
inocente?”— el sino doméstico de la dama, ofrecen una misma tópica femenina que
se narra bajo la óptica de la brevedad de la infancia. Con lo pueril, caduca la
energía misma de la mujer. “¡Todo, amigas, todo huyó!”.
“Mis primeras ilusiones
“¡Oh cuán dulce es recordar
Fueron purísimas flores Nuestra infancia candorosa,
De unas mágicas praderas, Que se ausentó presurosa
Que las tempestades fieras Y que jamás volverá!
No turban con sus rigores”. Edad en que sonreímos
Sin saber que lloraremos
Que sonrisas devolvemos
A quien placeres nos da!”. (Arias)
Fueron purísimas flores Nuestra infancia candorosa,
De unas mágicas praderas, Que se ausentó presurosa
Que las tempestades fieras Y que jamás volverá!
No turban con sus rigores”. Edad en que sonreímos
Sin saber que lloraremos
Que sonrisas devolvemos
A quien placeres nos da!”. (Arias)
Ante desesperanza y decaimiento adultos, la hora
privilegiada de la reflexión femenina la cifra el ocaso. En ese instante
lúgubre, la poeta contrasta oscura actualidad de la razón con luminiscencia de
la infancia revocada. El ayer y el hoy se oponen como “el paraíso de la vida”
primigenia a lo que “languidece, ni glorias ni aventuras apetece” (Arias). O
bien, pretérito infantil y presente adulto son “celestes sueños que acariciaron
tu florida edad [pero] pasaron bellos, plácidos, risueños dejando al alma negra
realidad […] que furibundo el huracán tronchó” (Galindo).
“Adiós, ¡oh tarde! Tú, la que
mueres
“Es de la tarde el postrimer momento
Cual la esperanza del corazón, Gimen las aves y suspira el viento,
Como un recuerdo que se disipa, La noche empieza ya;
Cual se marchita casta ilusión”. Es la hora en que mi espíritu agobiado
(Galindo) Por los gratos recuerdos del pasado
Languideciendo va”. (Arias)
Cual la esperanza del corazón, Gimen las aves y suspira el viento,
Como un recuerdo que se disipa, La noche empieza ya;
Cual se marchita casta ilusión”. Es la hora en que mi espíritu agobiado
(Galindo) Por los gratos recuerdos del pasado
Languideciendo va”. (Arias)
Que el mismo crepúsculo —“yo busco los rumores de la
tarde”— se tiñe de erotismo viril al observarlo un hombre, lo confirma el
desafortunado amor poético de Arias. La presunta neutralidad universal del
ocaso la tiñen referencias directas al placer varonil tales como “amante
afortunado” y el anhelo que la luna lo seduzca «diciéndome “te quiero”». El
dolor masculino —“color del vacío”— se resuelve en “nostalgia de la ausencia”
por una amada “sumisa” que es “crepúsculo y aurora”.
“Dejé en el alma incógnita
ambrosía
“Y frente a mí… del carcomido templo
De aquel amante afortunado, y luego La pintoresca mole se levanta,
Las vaporosas formas de la bella Donde oraron los padres de mis padres
Se entremezcla al son de los arpegios”. Ante el altar del tiempo de la España”.
De aquel amante afortunado, y luego La pintoresca mole se levanta,
Las vaporosas formas de la bella Donde oraron los padres de mis padres
Se entremezcla al son de los arpegios”. Ante el altar del tiempo de la España”.
“¿Quién es mi blanca
virgen? ¿En dónde está mi amada?
Sé que fuiste capaz
de amarme mucho
Con la pasión sumisa de la esclava”. (Cabrera)
Con la pasión sumisa de la esclava”. (Cabrera)
En síntesis, unificamos la sensibilidad poética femenina
por un descenso ad inferos
que de la gloriosa infancia conduce a la vida adulta. Lo que fuese gozo por la
recolección sensitiva del mundo —“se exhalan vagos aromas i verdes lomas hacen
la dicha sentir” (Galindo)— “ilusiones de niña, encanto y belleza [de] edad
venturosa” (Arias), se desvanece en “atardecer” maduro. A esa hora clave no
sólo el día “declina”. En reflejo condicionado a lo natural —imagen de lo
divino— el alma de la poeta decreta el fin de toda ilusión. El desaliento
refiere “existencia sombría” (Galindo), “desaparecer del dulce encanto” (Arias)
y “vida imposible [que obliga a] doblegarse al cruel destino” (Arrué de
Miranda). Si este triple desengaño expone experiencias universales —ontología
existencial de todo humano adulto— o condicionamientos sociales del claustro
hogareño es un debate a iniciar por crítica e historiografía salvadoreñas.
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